El Pastoreo
La ganadería constituye otro de los pilares de la economía aborigen de Lanzarote. Desempeñaría un papel más determinante que los cultivos, dada la reducida productividad de la cebada y la alta capacidad de adaptación del ganado caprino a unas características ecológicas dominadas por la aridez. Los cuidados exigidos por los rebaños incidirían de forma importante en el modo de vida de la población preeuropea. mientras que sus derivados alimenticios se erigirían en componentes esenciales de la dieta.
Los diferentes autores no coinciden al señalar la especie animal predominante en la isla. En la mayoría de las fuentes escritas -«Le Canarien», la crónica «Ovetense», L. Torriani, Abreu Galindo- se apunta hacia la cabra como especie mayoritaria en los rebaños prehistóricos. Frente a estas noticias, E. Serra defiende la tesis de que los animales domesticados en Lanzarote no fuesen cabras sino ovejas en su mayor parte, documentadas por L. Torriani:
Por su alimento tenían (…) carne de oveja y de cabra.
(L Torriani, ¡978:41)
Pertenecerían a un género de ovejas sin lana, descritas por A. Cedeño para la isla de Gran Canaria, hoy desaparecidas del Archipiélago. Su característica principal sería la ausencia de lana, salvo en el rabo, y el pelo liso, pudiendo haber confundido a los cronistas que las identificarían como cabras. El argumento esgrimido por E. Serra para descartar el predominio del ganado caprino obedece a las referencias del texto normando acerca de la gordura y calidad de la carne de estos animales, impropias de dicha especie. La arqueología, sin embargo, ha aportado pruebas valiosas en relación con una mayor abundancia de cabras, al hallarse con frecuencia restos de cuernos y osamentas en los yacimientos de la isla. Desconocemos si la oveja existiría antes de la llegada de los conquistadores o si su introducción sería posterior, bajo el dominio normando de Lanzarote.
La presencia de ganado porcino parece contradecirse con las peculiaridades ecológicas de la isla, pues dichos animales demandan un clima más fresco y con un importante nivel de humedad y vegetación. No obstante, existen alusiones sobre el consumo de carne de cerdo entre la población aborigen. Además, se ha hallado en Zonzamas una figura esculpida en un bloque basáltico que recuerda a uno de estos anímales, mientras que Abreu Galindo nos proporciona su denominación indígena: Ilfe. En la isla de Fuerteventura se han encontrado restos de esta especie en la cueva de Villaverde (La Oliva), formando parte de un estrato de época prehistórica; lo que corrobora su posible integración en la fauna domesticada de los antiguos lanzaroteños, aunque siempre como especie secundaria dentro de la ganadería de la isla.
Zonas de pastoreo
Una de las principales zonas de pastoreo se ubicaría en los viejos malpaíses de Lanzarote, especialmente el Malpaís de La Corona, el de Tahiche, y las antiguas coladas lávicas invadidas por líquenes, euforbias y especies similares a las presentes en los dos primeros, que, según E. Hernández Pacheco (1960:242) formarían parte del amplio territorio oculto por las erupciones del siglo XVIII. Estas unidades ecológicas, sobre todo el área de La Corona, cuentan con una flora natural rica en especies forrajeras —tabaibas, espino (Lycium intricawm), saladillo (Atriplex glauca)— cuyo aprovechamiento principal tendría lugar en los meses de invierno, cuando las irregulares lluvias permiten un mayor desarrollo del manto vegetal. La concentración de los rebaños en las zonas de malpaís evitaba el riesgo de destrucción de los cultivos durante el período de germinación y maduración. Los muros de piedras que rodean estas formaciones volcánicas pudieran estar relacionados con estos objetivos, aunque desconocemos sí se trata de construcciones anteriores a la conquista o forman parte de una tradición reciente en el ámbito cultural lanzaroteña La presencia de los conjuntos de «cuevas hondas» en los bordes de los malpaíses pone de manifiesto la ocupación humana y la explotación de estos terrenos escabrosos, nunca con carácter permanente, dadas las dificultades que ofrece la lava escoriácea a la vida cotidiana.
Dentro de este capítulo debemos destacar las zonas de relieve de la isla, el Macizo de los Ajaches y, sobre todo, el de Famara-Guatifay. La importante cobertera vegetal de este último, y su gran número de variedades florísticas con valor forrajero obligan a considerarlo como lugar predilecto por los pastores y sus rebaños. A su utilización como área de pasto se añaden los recursos hídricos de que dispone, representados por una serie de manantiales y fuentes naturales que posibilitarían el abrevamiento de los animales. En la actualidad continúa siendo explotado, aprovechando una flora que ha sobrevivido a tantos siglos de pastoreo intensivo, pese a su evidente degradación.
Por último, la región meridional de la isla, desde el Macizo de los Ajaches hacia el sudoeste, sería objeto de un importante uso pastoril, corroborado por su utilización como dehesa en épocas históricas. La aridez y relativa escasez de especies vegetales se ve compensada por su gran extensión superficial, que la convierten en un sector de notable interés ganadero, orientado en especial a una modalidad conocida como «pastoreo de suelta».
Sistemas de pastoreo
En una sociedad pastoril, el tamaño de la manada está determinado por varios factores. Existe un mínimo, condicionado por la necesidad de mantener el rebaño, asegurando su reproducción biológica y permitiendo la subsistencia del grupo humano propietario del mismo. En el otro extremo, las dimensiones máximas de la manada están en función de la capacidad ecológica del territorio y de la mano de obra disponible para hacerse cargo de ella. Un grupo familiar sólo puede cuidar un determinado número de animales, dependiendo de la extensión de la familia y de las necesidades individuales y colectivas. M. J. Lorenzo (1983:130), estudiando la isla del Hierro, establece la cifra máxima de 150 animales, capaces de ser cuidados por el pastor y su familia. Sin embargo, estamos ante un medio radicalmente distinto al herreño y con unos cálculos realizados sobre la práctica ganadera de sus habitantes, que no son válidos para el pastoreo antiguo en esta isla
Los cronistas normandos y los autores posteriores a la conquista, sin aportar cifras concretas, mencionan repetidas veces la abundancia de ganado en Lanzarote. Sólo disponemos de datos cuantitativos para una época tan tardía como 1770, en el que existían en la isla 13.000 cabras y 9.400 ovejas, en un año catalogado de discreto desde el punto de vista ganadero (A. Rumeu de Armas, 1981:431-438). Por estas fechas, el nicho ecológico lanzaroteño habría sufrido ya una dura merma y habían tenido lugar las erupciones de 1730-1736, ocultando una gran superficie de terreno útil, por lo que deberían estimarse valores superiores en época prehistórica. No obstante, también es cierto que en el siglo XVIII la explotación ganadera se orientaba hacia la exportación y no hacia el consumo interno, característico de la cultura aborigen.
«Le Canarien» alude a dos tipos de ganado con peculiaridades somáticas y fórmulas de pastoreo diferentes:
(…) y ahora haba en él (la isla) tanto ganado, tanto doméstico como salvaje (…)
(Le Canarien, 1959:264)
La división entre ambos tipos de animales no aparece muy clara. La cabra doméstica sería aquella sobre la que los pastores ejercerían un control permanente, estando habitualmente en contacto con las mismas. Se recogerían en corrales de piedras situados en los poblados o en las cercanías de la vivienda del pastor, proporcionándole el alimento cotidiano. Unos pocos animales permanecerían en los alrededores de los asentamientos, mientras que el gran rebano saldría diariamente a pastar. Sus dimensiones no serían demasiado grandes, pues el exceso de trabajo haría imposible a la familia el afrontar su cuidado.
Existe un segundo sistema conocido como pastoreo de suelta, muy característico de las dos islas orientales. Los animales vagan libremente durante todo el día a la búsqueda de alimento, sin ninguna vigilancia o con una guarda a distancia; manteniéndose sueltos incluso varios días, al cabo de los cuales se reúne el rebaño.
No podemos determinar si la denominación de ganado salvaje viene referida a los animales en régimen de suelta o sí, por el contrario, alude a otra fórmula de pastoreo aún más laxa. Algunos autores le asignan el término guanil, cuyo sentido es difícil de interpretar. Se equipara a «cabra salvaje», aunque en las acepciones de «libre», «sin dueño» o «no marcado», que en muchos casos no son sinónimos. Los malpaises y las llanuras meridionales de la isla albergarían esta modalidad de pastoreo, que permite al ganado pastar libremente o con una vigilancia muy superficial, demandando poca mano de obra para su cuidado.
La propiedad de los pastos y del ganado
Las tierras de pastoreo suelen ser comunes, por lo que los rebaños son conducidos a cualquier parte del territorio fijada como área forrajera. En las sociedades tribales no existe la apropiación individual de los pastos, salvo que se produzca un fraccionamiento de la tribu o haya más de una unidad política en el territorio considerado. Esta situación no es aplicable a Lanzarote, donde sólo existió una jefatura para toda la isla, al menos en el período inmediato a la conquista.
Los rebaños domésticos son de propiedad familiar, obteniendo de ellos el sustento diario. En su seno se producen asignaciones de ganado a las distintas familias nucleares que componen el linaje. Los futuros pastores reciben un cierto número de cabezas. Esta transmisión puede comenzar bastante pronto y se manifiesta en circunstancias variables correspondiente a diversas épocas de la evolución del status del individuo, siendo el principal, el del matrimonio y el del nacimiento de los hijos. Bajo una sociedad con una fuerte organización en linajes, como la lanzaroteña, la propiedad individual del ganado se integra en la gran propiedad familiar y sus miembros colaboran conjuntamente en las tareas de cuidado de los rebaños.
La propiedad del ganado salvaje exigiría una solución diferente. Desconocemos la existencia de una posible apropiación del mismo o si tendría un carácter comunal para toda la población de la isla.
En el primer caso, tampoco podemos determinar la fórmula de reconocimiento de dicha propiedad, ya sea por medio de marcas o mediante la singularización de las características somáticas de los animales.
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